Un miedo ancestral. El abandono ante el embarazo


Desde muy jovencita tenía miedo a quedarme embarazada. Realmente no era un miedo a quedarme embarazada sino un miedo a sentirme sola en el embarazo. Incluso más allá, era un miedo a ser abandonada por estar embarazada.

Creí que ese miedo había sido transmitido por mis padres. Lo creí erróneamente durante varios años. Estaba equivocada. Nunca me han transmitido tal cosa. De esto me he dado cuenta años más tarde. El origen del miedo no es lo importante.

Para mí lo importante es la experiencia vivida. La necesidad de liberarme de ese miedo, de ese dolor. Y la expectativa de liberarme de ese dolor al ir tecleando las teclas de este ordenador.

Sea por lo que fuese, por el paso de los años, por la independencia económica, por las relaciones sentimentales más sanas y seguras, ese miedo desapareció. Al menos eso era lo que yo creía antes de cumplir los 29 años. Pero la realidad apareció como por sorpresa.

En aquel momento yo ya había superado los 30 años. De hecho, los dos, mi pareja y yo, habíamos superado hacía ya un tiempo los 30. Disfrutábamos de buena casa y de buenos trabajos.

Manteníamos una relación de más de 3 años. 3 años compartiendo vida, casa, familia… La relación de amistad era de más de 6 años. Éramos uno de esos millones de casos en los que la amistad se convierte en amor.

Volvíamos de un viaje de 1 mes por la costa este de África y de sus reservas de animales. Yo estaba feliz. Recuerdo la organización del viaje y cada día del viaje con mucha alegría, con felicidad plena. Es una buena verdad que después de una cumbre siempre llega un valle.

Tan pronto aterriza el avión en suelo europeo, comienzo a recibir notificaciones en el teléfono. Entre todas ellas, una notificación en mayúsculas de la app My Calendar, la app que desde hace años me ayuda a medir los períodos de la menstruación (entre otras cosas;)

MÁS DE 15 DÍAS DE RETRASO
¿Cómo? No puede ser! Miro, y sí, un retraso como nunca antes había tenido… Iba en el taxi con los puños cerrados deseando que el tráfico desapareciese y poder llegar pronto a casa.

Fue entrar por la puerta de casa y decir: Tenemos una falta de más de 15 días. Sí, TENEMOS. Pues la regla la tengo yo y yo ni fui, ni soy, ni seré la Virgen María. Si tenía una falta, no iba a ser por el Espíritu Santo. Vamos al grano.


No estábamos buscando ser padres. De hecho, yo lo elegí como pareja porque no quería estar con alguien que me presionase para ser madre antes de sentirme realmente preparada para serlo. Esta es otra historia.

La respiración se me aceleraba mientras pronunciaba esas palabras: “Tenemos una falta de más de 15 días.”
Lo reconozco. Sí. Sentí miedo. Miedo a estar embarazada. Miedo a asumir una responsabilidad importante. Miedo a hacer frente a aquello que no tenía bajo control. Miedo a no estar preparada.

Todos estos miedos desaparecieron de pronto. Me tropecé de golpe con una respuesta que en aquel momento no imaginaría ni en la peor pesadilla.

Una respuesta a la que tanto miedo le había tenido en el pasado: el miedo a sentirme abandonada ante un embarazo. Una cara completamente desencajada, ojos llorosos de desesperación, cuerpo abatido y apoyado en una pared, manos temblorosas, palabras entrecortadas que dejaban entender: yo estoy muy preocupado… tu familia es más abierta….en mi familia los embarazos siempre son buscados… Tú tienes la culpa…


¿Culpa? ¿Qué culpa? Aaaa es que en ese mes me tomé un día la píldora con 12 hora de retraso. Esa píldora que él siempre decía tomaría si hubiese en el mercado ese tipo de anticonceptivos para hombres. El chiste es muy malo, lo sé.
¿La responsabilidad del método anticonceptivo es sólo mía? ¿También soy culpable de que no exista la píldora para el hombre?

La culpa la tienes tú … esas palabras retumbaban en mis oídos

ME SENTÍ COMPLETAMENTE ABANDONADA.

Yo pensaba que estaba acompañada en la vida y realmente estaba sola. No, esa situación era peor que estar sola. Era estar realmente sola cuando físicamente estaba acompañada. Tremendo.

Sentí que no estaba con una persona que me apoyaba. Sentí que no estaba con un hombre maduro. Ahí sentí lo que era a soledad, la de verdad. Sentí el  abandono. Sentí tal rabia, que lo mandé a él solo a la farmacia. Él no sabía qué hacer… pues ya le dije yo el qué.

En los 2 minutos que debió tardar en volver con el predictor, mi cuerpo se templó, yo no sentía estar embaraza, mi cabeza pensaba y pensó: “Yo no pienso ser madre con un padre que no quiere serlo”. Y a ese pensamiento siguió otro. “Y este tipo, no me vuelve a ver en la vida”.

Mientras el predictor apoyado en el lavabo cambiaba de color al analizar mi orina, me preguntó: ¿Y qué pasa si da positivo?

El predictor pitó. Y yo quise enterrar esto para siempre jamás. Pero  todo vuelve. Vuelve al vernos ante situaciones similares. En las que las respuestas son muy diferentes. Afortunadamente.

Fueron varias las veces en las que me sentí triste y enfadada. Triste y enfadada por no haber tratado este asunto con claridad en el pasado.

Ahi no hubo ninguna superación en pareja, simplemente porque no hubo nada que superar. Como mucho, un chaval superó el que, hasta aquel momento, había sido el mayor agobio de su vida. Nada más.

Cada persona responde, en cada momento, como sabe, o como puede. La capacidad de dar respuesta ante la vida, la response ability, de la que había hablado en otro post. Y esto no nos convierte ni en malas ni en buenas personas. Todos queremos protegernos a nosotros mismos.

Ahora es mi turno. El turno de expresarme con claridad. De superar ese miedo ancestral. De sanar la herida. Por fin, ahora sanó.


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