El huevo de Marcos
- Quién narices me habría mandado a mí aceptar este trabajo?- Refunfuñó mientras caminaba solo y semidesnudo por una zona dunar desértica. Entre sus manos parecía sostener la luz de Cristo. Y a la vista, era un simple huevo.
Él quería auto-engañarse -De gaviota- se decía -Este huevo es de gaviota- Aunque el tamaño menor a un huevo de cualquier gallina, se lo desmentía. Así que se volvía a decir -De gorrión. Este huevo es de gorrión- Y el color blanco nuclear del huevo, también se lo desmentía.
Todo empezó aquella tarde fría de sábado cuando sonó el teléfono. Al otro lado de la línea estaba su jefazo, para invitarlo a una copa en una de esas terrazas en el tejado que están tan de moda en Madrid.
Marcos, que así se llamaba este buen hombre que ahora erraba semidesnudo, sospechaba en aquel momento que su gran jefe quería pedirle algo. Algo importante, claro está. Tan importante como trasladarse a trabajar a Oriente Medio en un plazo de 4 días y por un plazo de 2 años y medio. O más.
- Qué puede pasar si doy un paseo por la playa?- Se preguntó. – Nada!!- Y el mismo se respondió. Vivir sólo en el extranjero fomenta estas conversaciones con uno mismo.
Sin embargo los cálculos de la nada a este ingeniero de caminos le fallaron y gracias a un tropezón con un viejo tocón de madera, se puso paralelo al suelo y se dio de bruces contra el suelo, tras salvar un desnivel de metro y medio de alto. Aterrizó primero su cabeza y luego el resto del cuerpo.
Se quedó como un palo espichado en las tomateras de su pueblo. Movía las piernas en el aire para lograr escabullirse de aquellas arenas que atrapaban su cabeza y mitad del tronco.
Tras varios segundos, que le parecieron horas, de lucha contra sí mismo, logró zafarse y se incorporó del agujero en el que se había caído.
De su cabeza colgaban mechones dorados aderezados con los restos de cáscara blanca, mezclados con el brillante de la arena.
Qué ha pasado? Qué es esto? Gritaba a la soledad de la playa, mientras sostenía un objeto redondo, blanco y frágil entre sus manos. Comenzó a caminar. Sin rumbo.
Tardó todavía unos minutos en reconocer su nueva condición de asesino. Tras preguntarse los motivos por los que había aceptado ese trabajo tan lejos de su casa, asumió que acabada de impedir el nacimiento de 199 tortuguitas. Así, a ojo. Pues la media de huevos que pone cada tortuga es de 200. Y de todos los huevecitos que la mamá tortuga había puesto la noche anterior en el agujero en el que Marcos había aterrizado de cabeza, se salvo sólo uno. Ese huevo deslumbró ante los ojo de Marcos, lo cogió entre sus manos quien rompió a llorar ante la fragilidad de la naturaleza.
Intentó calmarse para encontrar una solución pues no sabía qué hacer con ese huevo.
Otra tortilla? Se lo llevaría consigo? Lo enterraría? Llamaría a los guardas del parque nacional de las tortugas? Llamaría a su mujer? que a aquellas hora estaría todavía durmiendo a 7.000km de distancia y a 4 horas de diferencia horaria.
Saltó de la cama al escuchar el teléfono, intentó coger las gafas y sólo logro tirar el vaso de agua que todas las noches se lleva para dormir. Se cayó tres veces antes de responder el teléfono sin gafas y sin saber a quién respondía.
Qué dices? Cómo has podido ser tan torpe para entrar en una Reserva Natural con acceso prohibido, en plena cuarentena y con orden de confinamiento? Porque te recuerdo que estás en cuarentena, pues tu simpático – con retintín- compañero de trabajo, Manolo, el plasta, ha dado positivo en Covid-19.
Finalmente decidió no llamar a su mujer. Y dejarla dormir plácidamente, si eso era posible con un bebé de 11 meses y teniendo que dirigir a distancia a un equipo de 14 personas confinadas en sus casas.
Lo último que se le ocurrió después de moverse sin rumbo duna arriba, duna abajo, fue meditar para encontrar la mejor solución al único huevo que no se había convertido en tortilla.
Con el huevo en las palmas de sus manos, se sentó en loto en la arena, cerro lo ojos, respiró hondo y comenzó a recitar un mantra budista que enseñan en las escuela de yoga.
Om tare tutare. 1 vez, 2 veces, 3 veces, 3 veces, Om tare tutare, Om tare tutare, Om tare…
Y en ese estado meditativo, sentía la luz cálida del sol en sus mejillas, la brisa marina en su pelo suavizado por la pasta de huevo seco, tenía dibujada en su rostro una sonrisa y comenzó a sentir un cosquilleo en la punta de su nariz. Respiraba profundamente iluminado tratando de encontrar una solución. El cosquilleo en la punta de la nariz era constante, así que decidió abrir los ojos frágilmente y se encontró enfrente de su nariz con 2 puntos negros que lo miraban fijamente. Se sobresaltó al ver a la tortuga y aún así permaneció inmóvil contemplando la templanza de un ser color verde con 200 años de historia viviente en su cascarón.
Enmudeció y dejó pasar un tiempo. La tortuga seguía al otro lado de la punta de su nariz. Finalmente, sintió una fuerza interior que lo empujaba hacia un alud a su izquierda, así que se levantó y se dirigió allí. Se volvió hacia esa impresionante tortuga, Marcos buscaba su aprobación y ese ser centenario pareció asentir. Y allí, este buen hombre, con exquisito cuidado depositó el huevo. La tortuga no dejó de observarlos. Marcos cerró los ojos de nuevo. Entendió que debía abandonar el lugar. Y ascendió duna adentro. Desde allí pudo observar la imagen más tierna que quedaría guardada en su alma para siempre.
La tortuga se dirigió hace el lugar en el que Marcos había dejado el huevo, allí donde ella misma le había indicado. Con sus gruesas patas traseras excavó un agujero de un metro de profundidad y con la pata izquierda desplazó el huevo de Marcos al interior del recién hecho agujero. La tortuga se acomodó encima del agujero y comenzó a poner sus huevos.
Marcos estaba fascinado. La mayor muestra de solidaridad que había visto nunca antes en su vida.
No era consciente del tiempo que había pasado allí viendo como la mamá tortuga una vez que terminó de poner sus huevos, volvió a cubrir de arena esa incubadora de tortuguitas, improvisada en una playa de Oriente Medio y se dirigió a las aguas del mar. Miraba sólo hacia adelante, mar adentro.
Cuando ya no quedaba rastro de la tortuga, salvo su huella en la arena, emprendió el camino de vuelta a su solitaria casa de expatriado. Y cruzando la puerta, se dijo: Gracias. Gracias por darme la oportunidad de participar en este proyecto vital.Taller Escola Madrid. Confinamento. 04.2020
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